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lunes, 23 de julio de 2007

Una frase lamentable

En su reciente artículo en una de las revistas más prestigiosas del pensamiento y la cultura en lengua española, un conocido catedrático de bioquímica comienza uno de sus apartados con estas palabras:


Las plantas pueden considerarse como artefactos capaces de convertir energía luminosa en energía química,………


¿Artefactos?. ¡Qué expresión tan inapropiada para referirse a las plantas!.

Estén donde estén los orígenes de la humanidad y vayamos un día o no a encontrarlos, cosa que parece difícil, una cosa es cierta. Las plantas han sido su apoyo y tutela desde entonces. Las plantas han alimentado, vestido, curado, protegido, calentado, adornado, inspirado, consolado, proporcionado remedio, sombra y cobijo a los males y necesidades del hombre desde sus orígenes. Todo a cambio de nada, bueno, de nada no: de su aprovechamiento sin medida que ha acompañado al progreso y a los avances tecnológicos.

¿Acaso no merecerían las plantas, a cambio de todo aquello, un trato respetuoso?. ¿O es que acaso se les supone indiferentes al trato?. No creo, al menos porque si tratamos mal a las plantas, a la larga podemos ser los humanos quienes lo pagaremos.

Considerar a las plantas artefactos es peligroso. Hacerlo al lado de textos de profundo contenido filosófico, en una de las revistas más prestigiosas del pensamiento y la cultura en español, es además, lamentable.

No comentaré otros aspectos del artículo en cuestión que es una muestra más de cómo la tecnología viene a ocupar el lugar que va dejando el pensamiento en su retroceso, pero sí ofreceré, para contrarrestar, dos opiniones de distinto aire.

Una, no de un biólogo, sino del psicólogo y humanista Carl Gustav Jung:

“Las plantas también me interesaron, pero no en un sentido científico. Me sentí atraído hacia ellas por una razón que no puedo entender, y con el fuerte sentimiento de que no podían ser arrancadas y secadas. Eran seres vivos con un significado que duraba mientras crecían y florecían; un oculto y secreto significado, uno de los pensamientos divinos. Debían mirarse con admiración y contemplarse con asombro filosófico. Lo que el biólogo tenía que decir acerca de ellas era interesante, pero no era lo esencial. Tampoco yo podría explicar qué era lo esencial.”

Y otra, ahora sí, de una bióloga. La sensación descrita por Barbara Mclintock al contemplar sus preparaciones de cromosomas de maíz:

“you forget yourself—it surprised me that I actually felt that---these were my friends. As I looked at the genes they became part of me.—The main thing about it is that you forget yourself.”

No es correcto considerar a las plantas artefactos, menos hacerlo en una revista de pensamiento.



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