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jueves, 13 de septiembre de 2007

Premio "Roberto Alcázar y Pedrín"



Biología humanista anuncia la concesión del I Premio "Roberto Alcázar y Pedrín" a figuras que se hayan destacado por su tarea en la deshumanización de la Biología.

El premio recuerda a los que fueran héroes del cómic, el periodista-detective Roberto Alcázar y su inseparable amigo, el niño Pedrín, ambos peleando incansables contra el crimen por los caminos planos y cuadriculados de la historieta, sin tregua ni compasión.

En esta primera entrega, sin apenas deliberación y abrumados por la enorme publicidad que los sustenta, biología humanista ha decidido premiar ex-aequo al periodista Eduard Punset por el título de su best seller “El alma está en el cerebro” y al inglés Richard Dawkins por su título “The God Delusion”.

Mediante sus títulos (confieso que no he leído más), ambos autores pretenden ahora acabar de un plumazo con toda la Filosofía Medieval, con San Agustín, Santo Tomás, la escolástica y los padres de la iglesia, Pascal, Leibniz, Kierkegaard y Unamuno entre otros autores intachables. El primero de nuestros premiados (EP), pasa por alto un aspecto esencial en la definición del alma que dice que el alma es inmaterial y por lo tanto no está en ninguna parte, menos en ningún menudillo como el cerebro, por complicado que éste sea. Mediante sus pomposos títulos, ambos premiados (sobre todo el segundo, RD) ignoran lo que muchos autores de indiscutible solvencia intelectual han llamado, a lo largo de los siglos “la concepción trágica de la existencia”, vigorosamente expresada, entre otros, en los pensamientos de Pascal y Unamuno y que podría resumirse aquí, a un nivel modesto, diciendo que Dios nos deja la suficiente libertad como para pensar tan torpemente como lo deseemos. De ambos libros, con leer el título ya tengo leído bastante. Supongo que en el libro de Punset podrá haber algo aprovechable que espero me llegue por otros cauces. De Dawkins, con la enorme campaña propagandística que conlleva, no me ha quedado más remedio que ojear alguna crítica, ya es mucho más de lo que pensaba haber hecho después de haber leído en mi tierna juventud su obra “El gen egoísta”, de la cual debería su autor, en lugar de celebrar aniversarios, publicar un público arrepentimiento.

La literatura es basta y, pese al enorme esfuerzo de embrutecimiento que a diario realizan las editoriales, todavía queda material abundante en letra impresa como para no tener que recurrir a estas novedades.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Genética y Literatura III: La herencia y el alma de una familia en “Todas las almas”, de Javier Marías.




Las novelas memorables suelen ser el fruto de la experiencia traumática o perturbadora de su autor. Javier Marías escribió una novela memorable titulada “Todas las almas”, como el resultado de su experiencia de lector de español en la universidad de Oxford. La obra contiene descripciones radiantes y mordaces de las costumbres y los personajes ingleses.

Entre las andanzas de sus personajes por Oxford, el autor describe el curioso caso de un parecido entre tres miembros de una familia. Aunque es un poco largo, copio entero el fragmento que contiene la descripción:


“Y estaba ya acostumbrándome al parecido asombroso al final del almuerzo –al parecido espantoso entre padre e hija y a la nuca del nieto que encubría el suyo- cuando, sin terminar el postre y tras pedir permiso (el niño Eric era educado), el niño Eric se levantó y se dio la vuelta y pasó junto a mí camino de los lavabos. Fueron pocos –cuatro o cinco- los pasos que dio antes de rebasarme, pero durante el tiempo que duraron aquellos pasos dados –uno, dos, tres y cuatro; o cinco- pude ver con claridad y de cerca y al mismo tiempo las tres caras iguales, la del abuelo y la madre sentados y la del hijo que caminaba. El niño se fijó en mí durante esos pasos, como se había fijado al darse la vuelta en el vestíbulo del museo, y sin duda volvió a asociarme con quien debía asociarme (pero no diría nada porque era educado y tibio); y al seguir su madre y su abuelo con sus respectivas miradas la trayectoria que estaría siguiendo la de su hijo y su nieto, ambos posaron en mí sus ojos sin velo (ella por primera vez desde que estábamos en el restaurante, él por primera vez en su vida), y durante unos instantes los tres me miraron sin velo y al mismo tiempo (lo supe pero no lo vi, yo creo, porque estaba mirando al niño Eric que venía hacia mí de frente con sus cuatro o cinco pasos). Fueron muy pocos segundos (lo que duran esos pasos cuando los está dando un niño, los niños no saben andar lentamente), pero fueron suficiente para que entonces (y no en el vestíbulo del museo) viera algo en el niño que entonces (y no en el vestíbulo del museo) adquirió nombre: en los ojos azules y oscuros del niño Eric vi la sensación del descenso que todos los hombres sienten más pronto o más tarde. “No depende de los años exactamente había dicho Toby Rylands ( y lo había dicho antes de que terminara Hilary y antes de Semana Santa, antes de que empezara Trinity y de que el niño Eric se pusiera enfermo y viniera a Oxford cuando no era su turno), “hay quien la tiene desde que es niño, hay niños que ya la sienten ”. Así había dicho, eso exactamente, y eso exactamente fue lo que yo vi entonces, durante aquellos pasos- un niño que ya la siente-; pero además lo vi no sólo en la cara del niño, sino –por asimilación, por la semejanza, por el parentesco, por el parecido asombroso que resultaba espantoso- en la cara del viejo y en la cara de la mujer que conocía perfectamente (y en la que nunca lo había reconocido o visto) y que había y me había besado tanto. Aquellas tres personas, como dije antes, se habían transmitido su expresión y sus rasgos sin ahorrarse un detalle, y también se habían transmitido la sensación de descenso, “la sensación de descenso que todos los hombres sienten más pronto o más tarde”, pensé y recordé y volví a pensar.”




Expresión, rasgos, sensación de descenso, como de decadencia, todo ello compartido como constituyendo el alma, el carácter de una familia, asociado al propio carácter de una ciudad, Oxford. La preocupación por la herencia, que no es cosa nueva, sino bien antigua, depende de la preocupación anterior por el carácter. Heredamos lo que somos. La Genética, que estudia la herencia, es decir la transmisión de los caracteres, resolvió el problema del carácter tirando por el atajo y definiendo carácter como característica, pero el carácter no es solamente esto. Antes del nacimiento de la Genética la palabra carácter tenía significados más ricos y complejos.




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lunes, 10 de septiembre de 2007

Genética y Literatura II: La sangre y la herencia en "Los Pazos de Ulloa", de Emilia Pardo Bazán


En su obra “Los pazos de Ulloa”, Emilia Pardo Bazán describe el transcurrir de la vida en una finca gallega, en la segunda mitad del siglo XIX. Antes de casarse con su prima Nucha, de Santiago de Compostela, don Pedro, el marqués ,tuvo un hijo, Perucho, fruto de su relación con una sirviente. En unos párrafos que revelan un cierto maniqueísmo y en los cuales, los conceptos del bien y el honor se asocian de manera rancia y trasnochada con un origen social aristocrático, la autora se pregunta por la relación existente entre la herencia y la voluntad. Escribe:


En el alma de Perucho se verificaba una de esas encarnizadas luchas entre el deber y la pasión, cantadas por la musa dramática: El ángel malo y el bueno le tiraban cada uno de una oreja y no sabía a cual atender. Tremendo conflicto!. Pero regocíjense el cielo y los hombres, pues venció el espíritu de luz. ¿Fue el primer despertar de ese sentimiento de honor que dicta al hombre heroicos sacrificios?. ¿Fue una gota de la sangre de Moscoso, que realmente corría por sus venas, y que, con la misteriosa energía de la transmisión hereditaria, le guió la voluntad como por medio de una rienda?. ¿Fue temprano fruto de las lecciones de Julián y Nucha? Lo cierto es que el rapaz abrió la mano, separando mucho los dedos y los ochavos apresados cayeron entre los restantes con sonoro retintín.”

Asociar un comportamiento determinado con la herencia es hoy tema de debate. Si los rasgos principales del carácter fuesen heredados, entonces no habría mucho lugar para la educación, y hoy sabemos que la educación es importante. Pero tampoco la educación lo es todo y en algunos casos, aspectos clave del carácter están determinados por la herencia, de manera todavía desconocida.


Por otra parte: ¿Afecta la vida de nuestros antepasados a nuestro carácter?. Preguntarse esto hoy, es acercarse a las arenas movedizas de la herencia de los caracteres adquiridos, territorio en el que la Biología de hoy tiene desterrado a Lamarck. Será inevitable hacerlo algun día,……..



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jueves, 6 de septiembre de 2007

Genética y Literatura I: La enfermedad y la herencia en la obra de Émile Zola.


Además de explorar los rincones del alma de los personajes, siempre unidos indisolublemente con unos u otros paisajes de su entorno, algunos escritores se preguntan también cómo tiene lugar la transmisión del carácter de una generación a otra. Émile Zola confesó haber escrito la larga serie de los Rougon-Macquart obsesionado con esta cuestión a la que, obviamente, no encontró una respuesta ni única, ni mucho menos sencilla. Si definir el carácter no es tarea sencilla, mucho menos lo es encontrar los mecanismos de su herencia. Tampoco el estar al tanto de los avances en Genética hubiese cambiado mucho las cosas. Porque, aunque se dice que la Genética trata de la herencia de los caracteres, resulta que por avanzar, podemos acabar haciendo de lo complejo, algo sencillo.

La saga de los Rougon-Macquart, obra en veinte tomos que incluye novelas célebres como Nana o Germinal, representa la obsesión del autor por las intrincadas conexiones que existen entre la enfermedad, el desarrollo de una ambición asociada al ansia de poder y otros comportamientos patológicos. En definitiva, por el mal y su herencia en el seno de una familia.


La imagen muestra el árbol genealógico de la familia, en el que se indican sus enfermedades mentales. No está tomada de un libro de genética humana sino de un comentario de la obra de Zola. Existen otras versiones del árbol de familia (por ejemplo ésta de la Universidad de Pisa); pero, en todas, la información pertenece siempre incompleta y parcial fuera del contexto de la obra.

Refiriéndose al doctor Pascal, se dice en una de las novelas:

“Sin duda, la herencia no le apasionaba sino porque permanecía obscura, vasta e insondable como todas las ciencias balbucientes, en las que la imaginación es la señora,….”

Y también:

La herencia hace al mundo de tal manera que si se pudiese conocerla, captarla para disponer de ella, entonces se podría hacer un mundo a su gusto,….”


Tiene toda la razón. Si pudiésemos conocer la herencia, podríamos hacer un mundo de diseño. Esto significaría que conocemos el carácter y esto significaría única y exclusivamente que habríamos reducido ya el carácter al suficiente nivel de minucia necesario para conocerlo.

La complejidad, propiedad intrínseca e ineludible de la herencia (y de la evolución), fue puesta de manifiesto temprano por algunos geneticistas (y evolucionistas), cuyas ideas estaban al margen del reduccionismo predominante y que haría de la joven Genética una ciencia primero ambiciosa y prometedora, pero también si se mira con ojos críticos, frustrante. Precisamente frustrante por no haber escuchado atentamente lo que decían aquellos que desde el principio advertían de su complejidad.

Y es que la profundidad de la relación entre el carácter y el ambiente se había descrito ya mucho antes del nacimiento de la genética.

martes, 4 de septiembre de 2007

Genética y Literatura: Presentación.



Uno de los aspectos fundamentales en la literatura de todos los tiempos es el que concierne al carácter, al modo de ser de sus personajes. Sin el empeño del autor por describir el carácter de sus personajes, la literatura quedaría en agua de borrajas y nosotros huérfanos, como desnortados. Deberíamos conformarnos con lo indiscutible, como la música, que tampoco está mal, pero no deja mucho lugar para el debate.

El carácter, curioso nombre que designa un importante atributo. Algunos dirían más que eso, designa la esencia de una persona y ésta podría ser la cuestión de partida: ¿Tenemos las personas una esencia?. Puede que si y puede que no y ya puestos, también puede ser que por pensar que no, con el tiempo lleguemos a no tenerla. Complicado.

Quizás por ser demasiado complicado para el gusto imperante no interese el tema éste del carácter y de las esencias (en definitiva, ¡allá cada cual con la suya!). Por eso puede que no vayamos a tener ocasión de discutirlo, salvo aquellos privilegiados que lo hagan en privado o con su psicoanalista pero, lo discutamos o no, en cualquier caso, la literatura nos demuestra que el significado del carácter es algo muy rico e importante. Su herencia ha ocupado a muchos escritores. Sus cuestiones van más allá de la genética. Veremos algún ejemplo.



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viernes, 31 de agosto de 2007

En los límites de la Ciencia



Históricamente, las disciplinas de la Ciencia surgen para dar respuesta a preguntas de hondo calado. La Biología busca la respuesta a la pregunta ¿cómo están constituidos los seres vivos? (¿cómo funcionan?, ¿cómo evolucionan?,…..). La Genética intenta responder a la pregunta: ¿Cómo se heredan las características en los seres vivos?, que también incluye: ¿Cómo está determinado el ser humano por su herencia?.

En el siglo XIX no fue Mendel el único en plantearse estas misteriosas cuestiones en torno a la herencia. Por ejemplo, el filósofo Arthur Schopenhauer, en su libro “El mundo como voluntad y como representación”, incluye unas páginas sobre la herencia de los caracteres en el ser humano que pueden servir como jugoso, ilustrativo y divertido ejemplo de lo que no es una Teoría Científica; es decir, algo sobre lo que uno no puede experimentar, o sea, otro ejemplo decimonónico parecido a la Teoria de Evolución por Selección Natural. Y es que, lo que es Ciencia y lo que no lo es, debería estar hoy ya algo más claro de lo que estaba en el siglo XIX y también de lo que en realidad está.

Hace ya muchos años que Francis Bacon (1561-1626), Galileo (1564-1642), Descartes (1596-1650) y otros, sentaron las bases del Método Científico. Más tarde, Claude Bernard (1813-1878; en la imagen de arriba), dejó bien claramente establecido como debe ser la aproximación científica en Biología y en Medicina, con ejemplos notables de la aplicación del Método Científico en Fisiología entre sus propios experimentos.

Por si todo esto fuera poco, Karl Popper (1902-1994), en su libro “Conjeturas y Refutaciones: El crecimiento del conocimiento científico”, fué muy claro en la definición de una Teoría Científica. Una Teoría Científica debe ser refutable. Debe poner en juego elementos bien conocidos y definidos y establecer nuevas relaciones entre ellos de forma arriesgada, corregible, mutable, no permanente. Su objetivo es agudizar nuestro conocimiento del mundo, no permanecer eternamente. Debe poder ser verificada mediante la experimentación.
Por eso, en su texto, Popper discute acerca de la base científica de algunas teorías del Psicoanálisis. Sea cuales sean sus conclusiones, un caso psicoanalítico siempre presentará un límite ineludible a su aproximación científica: será irrepetible como lo es el ser humano. Por el mismo motivo, Popper se muestra crítico con la teoría evolutiva.

Se pueden hacer aproximaciones científicas al estudio de la evolución, pero serán siempre limitadas, porque la evolución no es algo con lo que experimentamos en el laboratorio sino que, nos guste o no, es única e irrepetible. Lo mismo ocurre con el carácter. Aunque nuestros experimentos emulen las condiciones posibles de la evolución en el pasado, el límite es ineludible. Si bien es cierto que muchas observaciones de casos clínicos pueden indicar tendencias, la experimentación es limitada.

El estudio del carácter y el de la evolución muestran los límites de la Ciencia. Reconocerlo y precisar en qué consisten estos límites es una manera poco frecuente pero útil, de contribuir al avance del conocimiento.



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miércoles, 29 de agosto de 2007

El campo y la ciudad





En el texto de Azorín titulado "Un pueblecito : Riofrío de Avila", aparece una curiosa anécdota.

Un viajero de los tiempos en que se hacían viajes en globo, describe sus experiencias al aterrizar en unos y otro lugares y relata la gran diferencia que encuentra entre aterrizar enmedio de una gran ciudad o en sus aledaños, o bien, hacerlo en un entorno rural. Dice el viajero, y transmite Azorín, que los habitantes del campo son mucho mas atentos y propensos a dar un trato acogedor al viajero que los habitantes de las ciudades. Dicho de otro modo, que la vida en un ambiente rural permite un mayor desahogo, tal vez relacionado con la expresión del carácter; mientras que la vida urbana, por el contrario, podría tender a restringir la expresión del carácter y a deshumanizar al hombre. Curioso,... ¿Será la deshumanización una propiedad exclusiva de la vida urbana o será una consecuencia ineludible del progreso y de la tecnificación?.



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lunes, 30 de julio de 2007

Crucero con el coronel



Fascinado por el parecido entre Tom Cruise y un coronel alemán que, por lo visto, quiso matar a Hitler, me propongo escribir a partir de Septiembre una serie de entradas en relación con la herencia del carácter (o de los caracteres, ya veremos,……) enfín, con la Genética.
Ciertamente, Cruise se parece mucho al coronel von Stauffenberg. Personalmente, siempre he encontrado este tipo de parecidos inquietante, como si mostrasen la punta de un iceberg al que la Ciencia y en particular la Genética se acercan peligrosamente. ¿Revela el parecido físico un parecido en el carácter?. ¿Tendrán Cruise y von Stauffenberg un antepasado común cuyas culpas se hayan tenido que repartir a medias?. ¿Qué entendemos por carácter?. ¿Es algo que pueda someterse al Método Científico? O, ¿por el contrario su complejidad escapa al reduccionismo?.
Con los parecidos ocurre, como con tantas otras cosas, que nos reímos por no llorar. La risa provocada ante la visión de un sosia, es decir de una persona que es casi igual que otra con la que, a priori, no tiene ninguna relación de parentesco, oculta nuestra ignorancia y disimula una sensación de vergüenza por esta mona que cada día vestimos de manera diferente, pero sin conseguir disimular su verdadera naturaleza. Nuestra más auténtica naturaleza es la del no-saber y vistámosla como la vistamos, su pelaje asoma por todas las costuras. Llevada a su limite, nuestra ignorancia es tal que ni tan siquiera sabemos si somos únicos o no. Hasta cabe la posibilidad que de cada uno de nosotros tenga o pueda haber habido en otra época un sosia, es decir, como un semejante pero más semejante, un igual.
Los parecidos, los caracteres, su herencia,… fuentes inagotables para el estudio y la imaginación. La Genética entró fuerte en el estudio de la herencia; pero su análisis no termina de resolver antiguas dudas acerca del carácter, un toro bravo en cuya lidia la literatura se complace, mientras que la Ciencia parece eludirlo, por concentrarse en cosas más puntuales, más ligeras, más dóciles para estudio, que no lidia: quizás más en características que en carácter. Ovejas más que toro de lidia.
Porque a la par que el desarrollo de la Genética, hemos presenciado una pérdida de importancia en conceptos que tradicionalmente eran esenciales en la definición del carácter, dando así pie a que, algunos malpensados puedan asociar a los avances científicos con la pérdida de valores, así en general. ¿Yerran completamente quienes así piensan? O, por el contrario,… ¿el avance científico y la pérdida de valores podrían ser manifestaciones del mismo fenómeno?. Propuestas para un debate abierto que no se resolverá en cuatro días, pero que invita a la reflexión,.......



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miércoles, 25 de julio de 2007

Viejas costas, nuevos continentes


Curiosamente, ahora que se anuncia un cambio en la manera de entender la vida, algunos de los defensores de los puntos de vista de la Selección Natural reclaman una explicación alternativa, como con premura, exigiendo. Diciendo: "Si esto no te convence, entonces tú eres quien ha de presentar ahora, urgentemente, alternativas válidas".

Pues bien: ¡no!. A ellos, tan activos siempre, hay que decirles: ¡Un momento!.
La Selección Natural ha vendado los ojos de los estudiantes de biología y de los biólogos durante muchos años. Ha contaminado sus maneras de pensar, de diseñar experimentos y de interpretarlos. Ahora, antes de forjar nuevas hipótesis sobre el paisaje que tenemos delante, tendremos que dedicarnos a su contemplación. Luego, ya hablaremos, pero primero hay que ver y describir, sin prisas. Con cuidado y atención porque ya sabemos que la mirada es delicada y puede corromperse fácilmente.

Por una de esas coincidencias que tiene la vida, hace poco me envió mi hija Julia una frase que se había encontrado en una hoja suelta dentro de un libro en una librería de viejo en Berlín. Al parecer estuvo hablando con el librero sobre el significado de la frase que, por lo visto, es original de André Gide y que, en alemán era:

"Man entdeckt keine neuen erdteile, ohne den mut zu haben alte küsten aus den augen zu verlieren".

Gide escribió :

"On ne découvre pas de nouveaux continents sans avoir le courage de perdre de vue des côtes anciennes ".

Es decir, que uno no descubre continentes nuevos sin tener el valor de perder de vista viejas costas, y eso lleva su tiempo.


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lunes, 23 de julio de 2007

Una frase lamentable

En su reciente artículo en una de las revistas más prestigiosas del pensamiento y la cultura en lengua española, un conocido catedrático de bioquímica comienza uno de sus apartados con estas palabras:


Las plantas pueden considerarse como artefactos capaces de convertir energía luminosa en energía química,………


¿Artefactos?. ¡Qué expresión tan inapropiada para referirse a las plantas!.

Estén donde estén los orígenes de la humanidad y vayamos un día o no a encontrarlos, cosa que parece difícil, una cosa es cierta. Las plantas han sido su apoyo y tutela desde entonces. Las plantas han alimentado, vestido, curado, protegido, calentado, adornado, inspirado, consolado, proporcionado remedio, sombra y cobijo a los males y necesidades del hombre desde sus orígenes. Todo a cambio de nada, bueno, de nada no: de su aprovechamiento sin medida que ha acompañado al progreso y a los avances tecnológicos.

¿Acaso no merecerían las plantas, a cambio de todo aquello, un trato respetuoso?. ¿O es que acaso se les supone indiferentes al trato?. No creo, al menos porque si tratamos mal a las plantas, a la larga podemos ser los humanos quienes lo pagaremos.

Considerar a las plantas artefactos es peligroso. Hacerlo al lado de textos de profundo contenido filosófico, en una de las revistas más prestigiosas del pensamiento y la cultura en español, es además, lamentable.

No comentaré otros aspectos del artículo en cuestión que es una muestra más de cómo la tecnología viene a ocupar el lugar que va dejando el pensamiento en su retroceso, pero sí ofreceré, para contrarrestar, dos opiniones de distinto aire.

Una, no de un biólogo, sino del psicólogo y humanista Carl Gustav Jung:

“Las plantas también me interesaron, pero no en un sentido científico. Me sentí atraído hacia ellas por una razón que no puedo entender, y con el fuerte sentimiento de que no podían ser arrancadas y secadas. Eran seres vivos con un significado que duraba mientras crecían y florecían; un oculto y secreto significado, uno de los pensamientos divinos. Debían mirarse con admiración y contemplarse con asombro filosófico. Lo que el biólogo tenía que decir acerca de ellas era interesante, pero no era lo esencial. Tampoco yo podría explicar qué era lo esencial.”

Y otra, ahora sí, de una bióloga. La sensación descrita por Barbara Mclintock al contemplar sus preparaciones de cromosomas de maíz:

“you forget yourself—it surprised me that I actually felt that---these were my friends. As I looked at the genes they became part of me.—The main thing about it is that you forget yourself.”

No es correcto considerar a las plantas artefactos, menos hacerlo en una revista de pensamiento.



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viernes, 20 de julio de 2007

Una frase para pensar


The greatest homage that can be paid to an empirical theory is the constructive criticism that makes it obsolete at an early age.

Henry S. Horn. The Adaptive Geometry of Trees. Preface. 1971.







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miércoles, 18 de julio de 2007

Coda con figuras victorianas


La exposición internacional de Londres en 1851 marcó el momento cumbre en una época en la que el Imperio Británico se sentó en la presidencia del mundo.

Documentos ejemplares presentando aspectos importantes en torno esa época son:



1) La Saga de los Forsyte, de John Galsworthy. Historia de una familia en la que nos demuestra la importancia obsesiva y omnipresente del dinero, su penetración en todos y cada uno de los aspectos de la vida, que no ha cesado hasta la actualidad. Aquel sistema económico ha crecido y ha invadido el mundo.



2) Las novelas de Arthur Conan Doyle, en las que se manifiesta la confianza, propia de entonces, en el razonamiento que llega a considerarlo capaz de entender el mundo. Hoy las posibilidades de la razón han encontrado sus límites; tanto en general, como en el terreno de la ficción. Lönnrot, detective en la novela “La muerte y la brújula”, de Jorge Luis Borges, siguiendo esquemas de razonamiento similares a los de Holmes, acaba siendo inocente víctima de sus perseguidos.

3) La obra de Charles Darwin, en la que se interpreta la naturaleza de manera simple y acorde con los tiempos imponiendo un lenguaje antropomórfico en el que domina la selección, la competición y la lucha, conceptos todos inadecuados en la descripción de la naturaleza. Darwin no es responsable del empeño, propio del siglo XX, por mantener la llamada Teoría de Evolución por Selección Natural, que no es una Teoría Científica, como si lo fuera. Si se hubiese tratado de una Teoría Científica, el lugar ocupado por el empeño en mantenerla habría sido ocupado por el empeño en refutarla, actitud propia de la mentalidad científica con toda teoría.
A diferencia de lo que ocurre en el mundo de la ficción y en otros muchos aspectos del mundo real, la razón todavía no ha desarrollado su plena competencia en el estudio de la naturaleza, porque muchos de los resultados de la Biología han sido cubiertos bajo estas ideas peregrinas que ahora el viento se deberá llevar. Es ahora el momento de ejercitarse y ver hasta donde la razón puede llegar en la interpretación de los datos de la Biología, cuando esta se libere de visiones torpes que han tenido sus resultados en secuestro. Por eso, claramente, la Biología es para pensar.





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lunes, 16 de julio de 2007

Reflexiones para un cambio: Conclusión.


A Juana que me ayuda a ver


Guardo un catálogo que describe la obra del acuarelista Juan Bonafé (1901-1969). En él, el poeta Enrique Azcoaga (1912-1985), escribe:

Es el mejor acuarelista español. La Cosa, por aquel entonces estaba entre Cristobal Hall, Ramón Gaya, Juan Bonafé y todos los que, como ellos, utilizaban un procedimiento, demasiado envilecido por los técnicos, para vincularnos inefablemente con el milagro del mundo.”

O sea, entiendo yo, que la técnica (o su exceso) puede envilecer un procedimiento. Pero,...también la técnica es necesaria para revelar aspectos nuevos e importantes del mundo. Ambas cosas son ciertas. La técnica es necesaria; su exceso, perjudicial.


La solución está en la justa medida. La medida adecuada que debe haber en cada cosa. A alguien que no vea bien, unas gafas (técnica) le ayudan a contemplar los milagros del mundo; a otra persona que vea bien las mismas gafas le impedirán verlos.

El darwinismo ha cumplido su función. Ha cubierto los brillantes paisajes de la Biología Molecular con una capa estéril de arena. Ahora hay que eliminar esa capa y reinterpretar. Para ello no es indispensable hacer experimentos, ya hay muchos hechos, sino observar y analizar cuidadosamente. La base de la Biología es experimental, su desarrollo, teórico. Por eso Sydney Brenner dijo que la Biología será una disciplina teórica .




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miércoles, 11 de julio de 2007

Reflexiones para un cambio (III): Un limón del siglo XVII todavía por exprimir.



La “Historia serpenta et draconi” de Aldrovandi se publicó en la primera mitad del siglo XVII. Unas décadas después, en 1657, se publica la "Historia naturalis de quadripedidus" de Jonston. En su obra “Les mots et les choses”, Michel Foucault compara ambas obras y nos cuenta cómo el avance entre ambas consistió en eliminar, en la segunda, elementos de la primera. La obra de Jonston inaugura la época del rigor científico excluyendo aspectos que consideraba la de Aldrovandi, no sólo aquellos de la fábula y la mitología, sino también algunos propios de la vida de los animales, fruto de complejas interacciones que la ciencia, en su búsqueda de la objetividad, y la consiguiente definición de los objetos, como entidades libres del ruido del mundo, ha descartado.

Dice Foucault:

"La Historia Natural encuentra su lugar en esta distancia, ahora abierta, entre las cosas y las palabras —distancia silenciosa, carente de toda sedimentación verbal y, sin embargo, articulada según los elementos de la representación, justo aquellos que podrán ser nombrados con pleno derecho. Las cosas llegan hasta las riberas del discurso porque aparecen en el hueco de la representación. "

El hueco de la representación es, ni más ni menos que el que queda entre la realidad y la Ciencia. A mi entender, hay un responsable de abrir esa brecha. La responsabilidad de esa distancia entre las palabras y las cosas recae en el empeño por la búsqueda de objetividad. El tratar a los seres complejos inseparablemente unidos entre sí e integrados en el mundo como lo que no son, es decir, como meros objetos.

¿Consistirá la tarea de la Nueva Biología en acortar la distancia entre las palabras y las cosas de la que nos habla Foucault?. ¿Habrá que incluir para ello en la consideración de la Naturaleza elementos de la fábula y la mitología?, o,… ¿tal vez será suficiente con reconocer la complejidad, fijar la meta en su descripción y estudio e incluir debidamente las relaciones particulares y sorprendentes que tienen lugar entre los seres vivos?. El limón de Aldrovandi se libró de la furia de la objetividad y por eso ofrece el brillo propio de la vida. No tiene nada que ver con una fotografía y espera ser exprimido.




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lunes, 9 de julio de 2007

Reflexiones para un cambio (II): El biólogo ante la prensa.




Un nombre tiene significados diferentes, a veces opuestos. La prensa de uva, como la de la fotografía, retiene la pulpa y el hollejo y ofrece el mosto. La prensa de los diarios, a cambio, cada vez retiene más el mosto y ofrece a sus lectores el hollejo.

Por ejemplo: ¿Qué es el ser humano?. La prensa, con el apoyo de algunas figuras de la biología moderna, que no de sus resultados, insiste en la existencia de un conjunto de características moleculares propias del ser humano. Así, se puede leer a menudo que el Genoma Humano se parece en tal o en cual porcentaje al del chimpancé. Pero lo que ya no se ve tanto en los papeles es una explicación acerca de en qué pueda consistir la diferencia. No se habla aquí de diferencia cuantitativa, que hablando de especies no parece suficiente, sino cualitativa. ¿Existen elementos definidos en el genoma humano que no existan en el del chimpancé?. O, ¿más bien ocurre, como yo sospecho, que la principal característica del genoma humano hasta el momento estriba en su procedencia?. Porque si después de todo, resulta que la mejor definición de Genoma Humano va a ser el genoma obtenido del ser humano, entonces para ese viaje no se necesitaban alforjas. Sí, obtendremos aplicaciones prácticas, pero no saldremos de dudas.

El último diente encontrado en Atapuerca tiene 800000 años, cero más o cero menos, y se nos dice que es humano. Pero lo importante no es que cualquier diente o pieza sea o no humana, sino precisamente el por qué creemos, o no, que lo sea. Lo importante no es lo que se nos dice sino, justo lo contrario, lo que se oculta. Es decir: ¿Qué nos hace humanos?. Porque si hemos decidido ya, o alguien lo ha hecho por nosotros, que esta pregunta la tiene que contestar un experto en cladística o en PCR, en primer lugar esto ha sido sin avisar; y, en segundo lugar, entonces apaga y vámonos, porque esta pregunta, se haya decidido o no lo que sea, la contestamos todos con nuestro hacer, queriéndolo o no y valdrá más saberlo.

Cuando los resultados de la genómica han mostrado la complejidad que encierra el análisis de los genomas y que, básicamente todos los genomas de organismos eucariotas están formados por elementos semejantes, la divulgación científica parece, por el contrario, empeñada en defender a ultranza la existencia de diferencias entre especies, de un genoma propio y característico de cada especie, como haciendo de muro de contención ante la amenaza de que la realidad llegue a invadir al público inocente. Pero no, aunque se empeñe la prensa, no parece que la bioquímica vaya a definir por ahora lo que es ser humano.

Por otra parte, y entre paréntesis aquí, se insiste en la longevidad y en la salud como atributos principales; se abren las puertas a la clonación y reproducción asistida, facilitando que aquellos que tienen los medios económicos vivan más tiempo y dejen más descendencia. Al fin y al cabo, ¿qué es la Selección Natural sino única y exclusivamente esto?. Para no meter más paréntesis, otro día tocará hablar de la genética y su influencia en los conceptos y caracteres humanos.

En fin, ante este panorama, el hacerse uno preguntas del tipo de: ¿Cuál es la relación del hombre con la naturaleza?, resulta pedante y completamente fuera de lugar y tiempo; más que anticuado, obsoleto. Inútil intentarlo. La relación del hombre con la naturaleza es obvia: aprovechamiento de recursos y no necesita reflexión ninguna, sino más bien cada cual agarre su pieza del botín y sálvese quien pueda.

Al no encontrar una definición clara para el ser humano que la Biología no aporta, lo mismo que tampoco para el concepto de especie, las noticias tendrían que ser complicadas, o si no, prudentes y, a veces, simplemente humildes, del tipo: Vaya, pues de esto no sabemos nada, todavía. Pero no, por el contrario, el biólogo ante la prensa se ve obligado a cerrar filas en una defensa a ultranza de las normas establecidas, las diferencias entre especies y las peculiaridades del ser humano, ocultando así lo evidente: Sus características biológicas, su código de barras, su genoma está formado por elementos comunes a todos los seres vivos. Todos los genomas están formados con los mismos elementos: transposones y sus fósiles, secuencias repetidas.

Por todo ello conviene reflexionar si acaso no es la educación, y no el genoma, lo que nos ha hecho humanos durante milenios. A la hora de definir la condición humana, la biología tiene poco que aportar, sino más bien reconocer humildemente que la educación lo es casi todo y necesita un fundamento, no biológico, sino moral.



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